miércoles, 30 de abril de 2025

Ojitos azules

Dos torres blancas con su campanario iban apareciendo cuando las nubes se alejaban rumbo al naciente sol que se asomaba entre los verdes cerros costachiquenses.
El frio invierno de 1970 impregnaba de neblina las calles y casas de adobe de San Luis Acatlán. La Nochebuena recién había pasado y los niños estaban a la espera del paso de los Reyes Magos, bueno algunos no, porque ni magos tenían.
Genaro llevaba de las manos a sus dos hijas, domingo de colorida plaza. América, la más pequeña, siempre pedía una muñequita que abriera y cerrara sus ojos porque ya tenía una pero nunca cerraba los ojos. Soñaba con acurrucar una muñeca pero que al acostarla se durmiera y al levantarla abriera sus cristalinos ojos.
El maestro Genaro iba contento, No era para menos, iba con sus pupilas de compras. Todo mundo lo saludaba, algunos vecinos se quitaban el sombrero y le abrían paso al ver a quien enseñaba a leer y escribir, trabajo no muy común en ese entonces en este pedazo de patria donde la pobreza estaba estacionada.
Por la mente del señor Vázquez atravesaba el recuerdo de la persecución, la represión y las matanzas en Guerrero. De cuando con documentos en mano, encabezó el movimiento estudiantil y popular que en 1960 derrocó al genocida gobernador Raúl Caballero Aburto.
La adversidad lo orilló a tomar el camino de las armas. Vázquez Rojas tenía ya su trinchera la Asociación Cívica Guerrerense, que más tarde se amplió al plano nacional, marchando como la ACNR, su trinchera de lucha. En abril de 1968 un comando lo libera de la cárcel, con astucia logra salir a consulta con un dentista, lo demás es historia.
Su esposa, la maestra Consuelo recuerda también con claridad y precisión los camiones de redila verde olivo donde llevaban los muertos, quien sabe cuántos eran, solo se le veían los pies, acomodados como en cajita de cerillos.
Los rumores sobre su compañero de vida volaban como hojas de papel. Que encontraron una camisa ensangrentada del comandante de la ACNR, que quizás sus compañeros se lo llevaron a esconder para que no lo mancillara el Ejército, que traía pisando los talones a los guerrilleros, en su mayoría campesinos, en fin, había muchas versiones
Pero ese fresco día que el llevaba a las niñas al mercado, América le gritaba a su papá a que mirara una muñeca de ojitos azules a la que presurosa, señalaba con sus manitas, era esa por fín, la soñada muñequita que abría y cerraba sus ojos.
-Papá ¿me la podrán traer los Reyes Magos?
-Pues haz tu cartita, escríbeles…
Aunque Ame no sabía leer ni escribir, pero rauda y veloz, sentada en la banqueta y en una hoja de cuaderno arrastró el lápiz y dibujó rayitas y palitos con puntitos. 
Acto seguido, la pequeña le enseña la misiva a su padre, donde en voz alta dice que decía “Queridos Reyes Magos, la niña América Vázquez Solís quiere una muñequita de ojos azules pero que los abra y los cierre…” La niña estaba muy contenta, porque sentía que estaba a punto de cumplir se sueño.
El papá amoroso convertido en rey mago, preguntó a la comerciante cuanto costaba esa ilusión para Ame, algo pasó porque compraron la despensa y la muñeca de ojitos azules quedó en la tienda colgada como piñata.
Al día siguiente, el luchador social tenía que irse a una reunión, pero antes de partir, tomó del brazo y con voz baja, le dijo a doña Consuelo que tomara su pistola, “véndela o empéñala y cómprale la muñeca a la niña, y juguetes a Chelo y Francisco”. Sus demás hijos.
Con voz firme, resuelta a estar en el movimiento armado y a vivir en la clandestinidad, doña Chelo le respondió a Genaro, “ésta es tu vida, si te vas a ir no te vayas solo, llévate a unos cuántos, no me la dejes por favor”.
Pasó el tiempo, después de una matanza, la profesora se preguntaba desesperada “muerto él, ¿por qué los compañeros no me dicen que está muerto?¿qué le hicieron?¿a dónde pusieron su cuerpo?”.
Bien que se acuerda que dentro de su casa daba clases particulares a un grupo de siete niños. Tenía la ventana abierta y con la cortina corrida, donde vio pasar por la calle a un señor con sombrero de Iguala, y pensó que esa persona no era del rumbo, pero al rato vuelve a pasar y para salir de dudas salió y le preguntó “¿señor qué calle busca?”. 
-Aquí está este papelito-le dijo el viejo con la piel curtida por el sol.
-Mire, esa calle está a la vuelta, ahí busque el número- le orientó la maestra mientras sus alumnos asomaban sus caritas de curiosos detrás de las tablas de la sala, del improvisado salón de clases.
El forastero traía un morral grande con muchos papeles y periódicos enrollados como tacos, pero de pronto, se quitó el morral y lo dejó tirado, echándose a correr, se iba despidiendo moviendo sus manos como si fueran parabrisas hasta que ese campesino se hizo chiquito.
Consuelo, dentro de la casa vació la carga, temblorosa con sus manos fue sacando papeles, periódicos viejos, también unos mecates y hasta el fondo del enorme polvoriento morral de ixtle, traía una muñeca de ojitos azules que olía a vinil. Saliendo del bolso, abrió de inmediato sus ojos.
Mientras que con el fusil en la mano escribía parte de la historia del país, Genaro Vázquez Rojas en sus momentos más difíciles también pensaba en sus hijos.
Y dejó a sus retoños una carta muy hermosa donde les compartía que, “hijos no me voy por abandonarlos, pero no solo ustedes necesitan del apoyo de justicia, de paz y libertad y una patria nueva, hay cientos, miles de niños que requieren de ayuda y me voy para ver qué podemos hacer por ellos…”
América le confeccionaba ropita, bañaba y peinaba diariamente a su querida muñeca, y cada amanecer, la levantaba y la sonrisa de América se reflejaba en cada parpadeo de esos, de esos pizpiretos ojitos azules. (Ignacio Hernández Meneses)